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MISTERIOSAS APARICIONES
EN EL VALLE DE CALINGASTA
Patricio Parente
Si
uno se traslada
1.260 kilómetros al noroeste de la capital de
Buenos Aires, se encuentra con hileras alamedas y sauzales que señalan
la entrada sur del pintoresco pueblo de Barreal. Esta
localidad calingastina de la provincia argentina de San Juan,
se abre paso en un valle custodiado desde milenios por los nevados cordones
montañosos de la Cordillera de los Andes hacia el oeste, y por
los tintes oxidados de la Sierras del Tontal hacia
el este, que no son menos majestuosas.
Los cuatro mil habitantes de Barreal conforman uno de los pueblos que
discurren longitudinalmente, siguiendo el curso del histórico
Río de los Patos. Este cauce que desciende de la Cordillera,
es considerado como uno de los símbolos nacionales, porque representa
el inicio de la travesía del General San Martín, cuando
decidió el arduo ascenso y cruce de los Andes en el proceso de
independencia de los pueblos latinoamericanos.
El apoyo logístico de la Casa de la Provincia de San
Juan, y la Municipalidad de Calingasta, hicieron
posible la realización de varios viajes a la región, y
el relevamiento de extraños eventos que hasta los días
que corren parecen no tener explicación.
Un
misterioso trayecto: entre lo antiguo y lo moderno
Saliendo
del pueblo, se puede recorrer la ruta provincial 412,
que imita el derrotero de un antiguo camino inca, el Capac Ñan,
que desciende desde Perú, escondiendo muchos secretos a su paso,
según cuentan los pobladores locales. Siguiendo el recorrido
hacia el sur, la mirada revela una zona conocida como Tambillos, donde
no dejan de asombrar los 2.200 kilómetros que la separan de Cuzco,
antigua sede de un Imperio. Esta travesía milenaria ha dejado
su huella en Tambillos, zona limítrofe convertida
ahora en una especie de museo histórico a cielo abierto, donde
el viajero descubre un espacio pircado que contiene vestigios de antiguos
tambos incaicos.
La actual ruta no es muy
transitada, y no hay servicios de ómnibus regulares. Su tránsito
parece concentrado en manos de algunos transportistas que mantienen
una actividad comercial interprovincial.
Cuando uno está a punto de asumir que la vida se reduce a terrenos
de arbustos y retamos, comienza a observar un punto blanquecino que
reluce en las sierras. Luego de recorrer algunos kilómetros de
la ruta mencionada, el caminante se encuentra con un desvió que
desemboca en uno de los observatorios astronómicos más
importantes de Latinoamérica: el Complejo Astronómico
“El Leoncito” (ver “Mirando…”).
Y parece una ironía del destino que, el trayecto definido por
este sendero que se desprende al complejo, y el límite que marca
la sureña provincia de Mendoza, delimite un escenario donde son
observadas las más variadas apariciones de extrañas formas
luminosas.
No son pocos los camioneros que comentan sobre luces amarillentas o
blanquecinas, del tamaño de una pelota de fútbol, que
a lo lejos simulan ser automóviles, para luego demostrar su extraña
fisonomía y comportamiento. Las mismas pueden desaparecer en
una parte del camino, y aparecer en otra, perseguir a los viajeros,
o interponerse en su camino. En muchas oportunidades responden con una
increíble velocidad de acercamiento a las emisiones de luces
que hacen los conductores, y a veces hasta llegan hasta metros del transporte,
girando a 90º para dirigirse hacia el firmamento.
Hace unos años, una maestra necesitaba regresar a su hogar, y
al no tener vehículo, le había solicitado a un conductor
si podía llevarla a destino en el camión. Cuando el transporte
se había alejado varios kilómetros del pueblo, comenzaron
a observar unas luces como “velitas” que
los seguían a lo lejos, mientras una luz mucho mayor posada arriba
del vehículo, parecía “frenarles” el camión
y no dejarlos avanzar, a pesar de los desesperados esfuerzos del caminero.
Los centenares de testimonios relevados, lejos de confirmar el prejuicio
que estereotipa a los relatos como “supersticiones campesinas”,
advierten sobre el abanico de ocupaciones y profesiones de quienes narran
estas experiencias: políticos, científicos, empleados,
junto con trabajadores rurales, entre otros, mencionan haber sido testigos
directos de estos fenómenos.
El Barreal Blanco
Frente
a las estribaciones de la institución científica, se encuentra
un espacio que invita a traspasar las fronteras de lo normal, y se convierte
en epicentro de los testimonios de observaciones. A los márgenes
de la ruta, se encuentra una planicie arcillosa conocida con el nombre
de “Barreal Blanco”. Esta longeva estructura geológica
se extiende a los pies de lo Andes, y su envidiable nivelación
la semeja a una mesa de billar, convirtiéndola en un espacio
apto para practicar carrovelerismo, práctica deportiva cuyos
protagonistas son carros a vela empujados por el viento. Dentro de este
óvalo de quince por cinco kilómetros, no son pocos los
que señalan la aparición de una luz semejante a un vehículo,
pero que en realidad, no es un vehículo…
Por las noches no es difícil
perderse dentro del Barreal Blanco, y es en esta ocasión que
se hace presente una luz que permite al viajante encontrar la huella
de salida. Es el caso de Gregorio, trabajador del hospital
de Barreal, que nos contó que una noche, junto con su mujer,
hallándose perdido con su automóvil, logró encontrar
la orientación de la salida a la ruta, gracias a la aparición
de una luz que transitaba lentamente la misma. Luego de retomar la ruta,
pudo distinguir que se trataba de una luz blanca con una pequeña
luz rojiza debajo que se perdían a lo lejos en la carretera,
y a pesar que el hombre aumentó considerablemente la velocidad,
afirmó asombrado que no sólo no pudo alcanzarla sino que
en un badén “desapareció, y la ruta se veía…
seguía la ruta, en línea recta, así que no se podía
perder por ningún lado”. Cuando Gregorio contó
en el pueblo lo que le había sucedido, le dijeron que se había
encontrado con la “luz sacatontos”.
En otra ocasión, cinco años atrás, una caravana
cruzaba el Barreal Blanco, y prestos a darles paso a una luz, que a
sus espaldas parecía un auto que se aproximaba, los seis hombres
itinerantes percibieron la emisión de un flash que iluminó
una superficie de dos km. a la redonda, y espantó a los animales
que estaban arriando los baqueanos.
La
luz y el folclore local
Los relatos de estos fenómenos se integran en un sistema de creencias
enraizado en antiguas tradiciones locales, que actúan como un
marco de referencia local a la hora de dar explicaciones a estos eventos.
Este marco tradicional se nutre de historias orales trasmitidas de generación
en generación a lo largo de los siglos. Juana, es una descendiente
de indígenas de ciento cinco años de edad, y ha vivido
sola en un puesto alejado en las montañas, cerca de un sitio
de explotación minera. Nunca olvida los relatos de su madre y
abuela sobre “una luz que solía pasar” y
deambulaba por los alrededores de la casa, que varias veces tuvo oportunidad
de ver, y que según la anciana, indicaba “una mina que
nadie podía encontrar”.
Se dice que las esferas
luminosas de
Barreal son “luces malas”, denominación
que aparece en distintos lugares de la Argentina, y que descansa en
las representaciones populares, como aquella manifestación que
señala la ubicación de entierros de tesoros y cargas de
plata, sea de los antiguos pobladores indígenas, conocidos como
huarpes, o de los propios incas que se asentaron en
la región en épocas mucho más tardías.
Pero, ¿qué son estas luces que estarían indicando
tesoros? A los habitantes de la región les provoca temor pensar
en el que creen autor de estas manifestaciones luminosas, así,
intentan evitar su sola mención como previniendo llegar a invocarlo:
el diablo.
Es por eso que se menciona que no cualquiera encuentra los tesoros,
sólo aquellos lo suficientemente valientes para cargar con los
infortunios y pactar con el mandinga. Por ejemplo, la imagen de la virgen
de Andacollo, motivo de una de las principales festividades
barrealinas, se trajo al pueblo a pedido del conocido y frecuentemente
recordado estanciero chileno llamado Julio Álamos, quién
tuvo una finca en esplendor en los años 20 y 30, considerada
la más grande de todo el valle de Calingasta. A causa de este
esplendor, la gente comenta que tenía un pacto con el diablo
y debía practicar un llamativo ritual para fortalecer este vínculo:
velarse vivo.
El temor al encuentro puede llegar a tal punto, que los pobladores de
Albardón, una localidad al este de Barreal, han construido una
gigantesca cruz para alejar a las brujas y las luces malas, que según
dicen, descienden del Villicún, uno de los cerros sagrados de
la zona desde tiempos remotos.
De
aparatos y OVNIs
No
sólo luces malas se apoderan del asombro de los extranjeros llegados
al lugar. Los tan mencionados “aparatos”, y las
luces de mayor tamaño que realizan piruetas en el firmamento
imposibles para cualquier aerotecnología humana, son considerados
como OVNIs, a los cuáles entienden implícita o explícitamente
como platos voladores o extraterrestres.
Era una noche de setiembre del 2004, un agricultor llamado Juan
Rivero, junto a un pequeño de 12 años conocido
como Lucho, estaban cocinando una asado al fondo de su casa, cuando
les llamó la atención algo que se acercaba por sobre las
copas de los álamos. Era una luz blanca, como una luna, que no
emitía sonido, y era demasiado grande para ser un avión,
explicación que se echaría por tierra luego del desenlace
de la experiencia: “de repente se empezó a achicar,
y cuando llegó a la altura de esa cancha (fútbol) no la
vimos más, se apagó”.
Un viejo baqueano
y reconocido poeta de la zona, recordaba que hacía unos veinte
años, formando parte del personal encargado de la construcción
del actual observatorio, “de un momento a otro al caballo
se le doblan las rodillas y aparece el aparato… como de acá
a la casa aquella [30-40 metros de distancia]…”. Ramón
Pujado pudo observar que algo fuera de lo normal, se encontraba
donde se estrechaba el camino hacia el complejo, e interrumpía
su andar. El hombre lo describió como una “máquina
hormigonera”, pero del doble del tamaño normal, que
se encontraba flotando en el camino y lo había instado a volver
tras sus pasos. Algo parecía haber tomado la forma de la máquina
niveladora que todos los años pasaban por ese sendero.
Algo
aún más extraño describiría un técnico
electrónico, dueño de uno de los hospedajes locales. Desde
una localidad al norte de Barreal conocida como Puchuzún,
su hija, que en ese entonces tenía unos 12 años, le preguntó
a Máximo por algo que estaba observando hacia la cordillera.
Una veintena de personas que estaban acampando pudieron
visualizarlo. Era un núcleo luminoso amarillento
que parecía despedir dos haces de luz, similar
a una pagoda china, y con una clara forma geométrica. Lo insólito
era que, luego de unos segundos, el núcleo había dejado
de verse, pero los haces seguían estando, “lo que vi
yo, no se parece a cosa terrestre”. Un día después,
comprobó que en un diario de Chile había salido publicada
en la misma fecha del 11 de febrero de 1980, la fotografía
de un fenómeno semejante que habían observado desde ese
país hacia el océano pacífico, pero con una diferencia
de cinco minutos a lo avistado por el técnico. Lo que Máximo
veía a 40/50 km. sobre la cordillera, había sido avistado
en esa misma noche a más de 150 km. de distancia ¿Dos
objetos distintos o uno que apareció en dos lugares consecutivamente?
Una
exploración vigente
El diablo, tesoros indígenas,
luces malas, OVNIs. Los alrededores del pueblo de Barreal muestran una
variedad de manifestaciones que pueden pertenecer a un mismo conjunto
de fenómenos.
En algunas ocasiones, se observan luces que en un primer momento parecen
vehículos, pero nunca llegan a destino o nunca son alcanzadas
por los conductores; en otras, luces que repentinamente se ladean en
movimiento ondulatorio hacia ambos costados del camino por terrenos
de difícil acceso para automóviles o camiones. Algunas
veces, las luces se encuentran sobre la cordillera o pre-cordillera
copiando los bordes de las mismas a una velocidad que no parece corresponder
a vehículo o avión alguno; otras veces se han visto luces
descendiendo de las montañas por donde no hay caminos ni sendas.
Si a esto se suman las denuncias de avistamientos de aparatos de grandes
dimensiones, que llegan a alcanzar velocidades y desplazamientos inimaginables,
puede entenderse la magnitud del desafío que estos fenómenos
proponen a la ciencia, y la urgencia de un trabajo en conjunto que erradique
los clásicos prejuicios.
Estos eventos platean un juego de inteligencia que estimula la inquietud,
la interrogación constante, y por sobretodo, hacen un llamado
a la humanidad para evitar perder la capacidad de asombro. Tenemos un
rompecabezas, sólo hay que intentar armarlo.
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